Apenados penes penan por no ser enhiestas astas

Mira que son años de sobarnos la entrepierna con la toalla en los vestuarios para «contentarla»; veces y más veces de pasear su balanceo por casa para deleite de nuestras amantes parejas, o como enhiesta asta capaz de las mayores proezas “en” ellas; o como objeto de admiración por ese chorro salpicón que producen y que deja inservibles los inodoros.
Así somos y así nos vemos, la mayoría al menos: primero Él, después el Mundo.
Y todo ese alarde para que ahora, un vulgar estudio, ofrezca una gráfica terrible y someta a nuestros falos, octava maravilla del mundo, a un cuestionamiento tan insultante que menoscaba nuestra hombría hasta hundirla en la sima de la vergüenza.

frecuencia orgasmos
Investigación publicada en el último número del Journal of Sexual Medicine.

No entro en consideración de los datos relativos al bisexualismo, imagino que nos cuentan que no es oro todo lo que reluce. Ni merece la pena comentar los resultados entre hombres, eran más que previsibles. Pero sí es necesario hacer hincapié en el diferencial entre mujeres heterosexuales y homosexuales: algo más de 13 puntos sacan las lesbianas a las heterosexuales.
Eso, amigos, es un despropósito fálico, el fracaso del cipote, el ignominioso hundimiento de la chorra. Reconozcámoslo, con datos como esos a los hombres se nos apena el pene.
Cuál es el secreto de las lesbianas, entonces. Qué tienen ellas que no tengamos nosotros para incrementar en un 13% la cuantificación orgásmica. Pues igual va a ser que lo que tienen es precisamente lo que les falta. Igual va a ser que el pene émbolo, la chorra mete-saca, la nervuda verga dándole arriba y abajo, arriba y abajo, no consigue, en un altísimo número de casos más que sudor, irritación y un par de gemidos teatrales traducibles en un “déjame dormir de una vez, plasta”.
Queda claro entonces que el problema es fálico, pues es en ese apéndice donde reside el diferencial más evidente entre ellas y nosotros; aunque no tanto como objeto en sí sino más bien por el uso y disfrute que de él hacemos. Después ya vendrán las críticas a las caricias, a la utilización, mejor o peor, de las manos, de la lengua, de los labios, de la voz, de la luz, del sonido e incluso caer en la cuenta de que lo que más tenemos es piel y que esa piel es «sensación», combustible básico para lo demás.
Para colmo los que vivimos en españa lo tenemos todavía peor. Porque aquí coexisten, entre el hombre medio, un subgrupo masculino de especiales características. Por poner algún ejemplo: ¿Qué sexualidad esconden tipos de la catadura del señor León de la Riva cuando su pensamiento consciente es que las mujeres se desgarran la ropa en su presencia? ¿Qué calidad de caricias deben prodigar los tipos que se parecen a ciertos ministros de Justicia que la eliminan a base de leyes misóginas? ¿Cómo aman a sus mujeres los fundamentalistas católicos de misa diaria, y cómo se dejan amar sus mujeres, cuando desde los mismos púlpitos se promueve a la agresión sexual hacia ellas?
Ahí dejo el apunte pues sería un no parar y no era el cometido de este escrito. Solo recapacitar en el hecho de que 
cuando Ellas se den cuenta de su poder, y más ahora que ya ni nos necesitan para procrear y ni siquiera somos su mejor opción sexual, tendremos los días contados.